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Pensamos en el mundo, y en nuestro lugar en él, en términos de lo que sabemos y de lo que creemos saber. Nuestras bibliotecas están llenas de todo aquello que sabemos y plasmamos, pero apenas mencionan nuestra ignorancia. Nuestra preocupación por el conocimiento, tanto abstracto como concreto, a menudo nos impide darnos cuenta de la ignorancia que tenemos cerca. A su vez, esta incapacidad nos impide darnos cuenta de la naturaleza abierta e incierta de gran parte de la vida humana.
Es difícil hablar sobre la ignorancia porque la tomamos como si fuera algo malo. Sin embargo, nuestra ignorancia, tanto como nuestro conocimiento, define o limita el mundo para nosotros. Ya se ha observado nuestra tendencia a no ser conscientes de nuestra ignorancia. Sócrates decía que era su conciencia de la ignorancia, la suya y la de los demás, lo que lo convertía en la persona más sabia de la antigua Grecia. Esto fue algo extraordinario, dado que normalmente pensamos en la sabiduría como algo vinculado y derivado de un gran conocimiento. Por ello, en este artículo abordamos la ignorancia desde el punto de vista socrático.
La conciencia de la ignorancia como principio de la sabiduría
Para Sócrates, es en la inmensidad de nuestra ignorancia donde se desarrollan tanto nuestro sentido de lo maravilloso como nuestro sentido de lo sagrado. La interacción dialéctica entre la ignorancia y el conocimiento fomenta el proceso de diálogo. Mientras, centrarse solo en el conocimiento acabaría rápidamente con él. Tal enfoque impediría el desarrollo de la comprensión que está en el núcleo de la pretensión de sabiduría de Sócrates.
Por otra parte, Sócrates insistía en que es posible para cada uno saber cómo actuar correcta y virtuosamente. También se puede saber cómo cuidar el alma y cómo perfeccionar o alcanzar la excelencia que es distintivamente humana. Para Sócrates, esta excelencia encontraba su expresión en el filosofar y la acción correcta. Sócrates afirmaba haber encontrado la clave de la sabiduría en la conciencia de su ignorancia. Para Sócrates, por tanto, la conciencia de la ignorancia es el principio de la sabiduría y la comprensión.
Así, la excelencia se expresa como una acción inteligente que surge del despertar abierto al que conduce la filosofía socrática. Esto pasa cuando reflexionar nos libera de nuestras pretensiones de conocimiento, de nuestros prejuicios, de nuestras creencias. Incluso, cuando nos libera de nuestras opiniones, de nuestros hábitos erróneos de pensamiento y similares. Es decir, cuando filosofar, que es el reflexionar mismo, nos libera de la ignorancia de nuestra ignorancia.
Las múltiples formas de la ignorancia
En primer lugar, tenemos la ignorancia. Somos ignorantes de nuestra ignorancia. Este es el estado en el que Sócrates afirmó encontrar a muchos ciudadanos de Atenas. Cuando no sabemos que somos ignorantes, nos encontramos en el estado más indeseable. Según Sócrates, esto se debe a que ni siquiera sabemos lo suficiente para empezar a buscar conocimiento. Si creemos conocer los fines de la vida humana, pero en realidad los ignoramos, la realización de esos fines será, en el mejor de los casos, una cuestión de azar. En el peor de los casos, nuestra presunción de conocimientos podría llevarnos a actuar de forma coherente y contraria a la realización de esos fines y a nuestra propia excelencia.
Sin embargo, hay formas de ignorancia que preocupaban especialmente a Sócrates. En resumen, se trata de las siguientes:
- Ignorancia de nuestras acciones.
- La ignorancia de nuestras situaciones únicas.
- Ignorancia de nuestras relaciones.
- La ignorancia de qué hacer, cómo hacerlo y por qué.
- Y, sobre todo, la ignorancia del yo.
La ignorancia de uno mismo o el yo es la ignorancia de la que fluyen todas las demás formas de acción ignorante. Observar estas otras formas de ignorancia sin darnos cuenta puede llevarnos a informarnos, pero la plena comprensión de la primera depende del autoconocimiento. El experto puede tener un conocimiento detallado de las hojas de un árbol y no conocer el bosque como unidad biótica. Debemos conocer no solo los árboles y el bosque, sino también a nosotros mismos en el bosque de nuestras interacciones ecológicas. Solo así es posible una silvicultura inteligente. No tener en cuenta al sujeto humano es no tener un conocimiento verdaderamente objetivo.
El conocimiento objetivo de la ignorancia
Para Sócrates, el conocimiento objetivo no es el conocimiento de objetos independientes del conocedor. Por el contrario, es el conocimiento del conocedor y del objeto de conocimiento. Es decir, de quien conoce y de lo que por este es conocido. Esto, en relación y en acción, en un proceso dinámico recíproco. Este conocimiento de sí mismo y del objeto, que abarca tanto la ignorancia como el conocimiento, es la fuente de nuestros valores espirituales más profundos.
Como mero conjunto de información, el conocimiento aporta sabiduría. Sin embargo, según Sócrates, puede traer arrogancia y orgullo. La conciencia de nuestra ignorancia, en cambio, puede despertar la humildad y la compasión. Es difícil darse cuenta de la propia ignorancia de esta manera. Sócrates pensó que era tan difícil que consideraba que su misión especial era la de un tábano para acosar a los ciudadanos «dormidos» de Atenas. Dice en la Apología que necesitaban ser picados para despertar a su propia ignorancia.
Solo cuando el ser humano siente agudamente su ignorancia puede atravesar el fuego desorientador de un diálogo que le permita abandonar las falsas opiniones. Sócrates decía que solo entonces estamos preparados para entrar en esa indagación que tiene como objetivo el conocimiento de nuestra areté. El conocimiento que, para Sócrates, es necesario para actuar con sabiduría.
Este conocimiento es algo que todos tenemos que conseguir por nosotros mismos, pues no se trata de mera información que imparte alguien. No es otra cosa que el conocimiento de uno mismo como agente, como sujeto. En palabras de Sócrates, es el conocimiento del alma. No es una teoría, ni una creencia. La vida correcta y la acción virtuosa se basan en este conocimiento y cuidado del alma.
El cuidado del alma contra la ignorancia
Para Sócrates, el cuidado del alma requiere un conocimiento integral y una práctica que sea un desarrollo continuo de su excelencia. Esta excelencia no es más que su capacidad de conciencia, de comprensión, de discernimiento inteligente. Solo así encontramos el equilibrio, la armonía, la integración y la eudaemonia. Es a partir de ese cuidado del alma, a través de la investigación y el aprendizaje abiertos, que surge la comprensión; así, la justicia y la bondad se vierten en nuestras acciones.
De esta forma, la creencia de Sócrates es que ningún daño puede venir a una persona verdaderamente buena desde fuera. Esto, según él, porque solo nuestra propia ignorancia y falta de autenticidad pueden dañar el alma.
Lo que Sócrates no dice es algo de lo que cada uno de nosotros solo puede darse cuenta por nuestra propia perspicacia. El maestro solo puede llevarnos a un estado desde el que podamos comprender con claridad. Por eso, Sócrates también se llama a sí mismo partero, como alguien que ayuda a las personas embarazadas de conocimiento a hacerlo nacer en su interior. Por supuesto, antes de la aparición de esta conciencia, uno puede haber actuado de forma correcta. Uno puede saber lo que necesita saber, pero no saber que lo sabe. Sócrates sugiere que nadie puede enseñarnos esto. No es una forma de conocimiento que pueda transmitirse, como ya hemos señalado.
La virtud en el cuidado del alma
Para Sócrates, la virtud es una en el alma. Es su propia recompensa, pues es la expresión y el desarrollo de la excelencia del ser humano. El cuidado del alma es el desarrollo de su virtud a través del proceso de conocimiento que es la indagación socrática. Las muchas virtudes son una sola, ya que derivan de la misma excelencia en el alma bien cuidada. Además, en esta unidad, todas las virtudes son formas de conocimiento.
Las virtudes, ya sea la justicia, la valentía, la templanza, etc., son todas expresiones en acción. Una acción que demuestra en diversos contextos lo que es la persona virtuosa y su conocimiento del bien. El valor es ese conocimiento ante el peligro. La justicia es ese conocimiento en el contexto de la interacción social y la resolución de conflictos. Y así sucesivamente. Por eso, para Sócrates, la pregunta debe ser siempre: ¿este acto perjudica el cuidado del alma, perjudica mi excelencia o la de los demás, o nos mejora?
La virtud de la ignorancia socrática, pues, es que hace posible nuestro diálogo. Como hemos visto, también hace posible la acción que realiza la virtud. Virtud por la que la inteligencia del alma se sintoniza con nuestra más alta excelencia.
En palabras más de los mortales de este siglo, la virtud de la ignorancia socrática nos permite reflexionar sobre lo que sabemos, lo que creemos que sabemos y el por qué de este conocimiento. Además, si buscamos la excelencia, esta nos permite reconocer que ignoramos, con el fin de ser menos ignorantes.
Fuentes
- Boeri, M. (2021). La ignorancia socrática como virtud epistémica. PENSAMIENTO, vol. 77(293).
- Morales, H. (2015). Sobre la Docta Ignorancia: Sócrates.
- Peralta, A. (s.f.). Notas sobre Sócrates.
- Platón. (1985). Diálogos. Editorial Gredos.
- Popper, K. (2001). El conocimiento de la ignorancia.